Hoy en el blog comparto una primera reflexión sobre la intuición y la improvisación, dos hilos que a menudo se entrelazan en el corazón de cualquier proceso creativo. Esta lectura nace del libro Free Play: La improvisación en la vida y en el arte de Stephen Nachmanovitch, un texto que habla no solo de arte, sino de la vida como espacio abierto donde todo puede transformarse si estamos plenamente presentes.
Nachmanovitch entiende la improvisación como un acto de confianza. Crear es escuchar aquello que aparece, darle lugar sin querer controlarlo del todo. No es un acto caótico, sino una forma de diálogo con el momento. Cuando improvisamos, estamos participando en un movimiento más amplio que nosotros: el de la vida que fluye a través del gesto, del sonido, del color o del silencio.
La intuición es, en este escenario, como una voz suave que nos guía sin palabras. No razona, no argumenta; simplemente sabe. Aparece cuando dejamos de anticipar y aprendemos a escuchar desde un lugar más profundo. Es un saber antiguo, corporal, que a menudo llega antes que el pensamiento. Cuando confiamos en ella, las cosas toman una forma que no podríamos haber previsto, pero que se siente justa, viva.
Improvisar es abrirse a esta confianza. Es permitir que la obra —sea una pintura, un texto o una conversación— encuentre su propio camino. No hay fórmulas, solo presencia. Los errores dejan de ser obstáculos y se convierten en puertas; los límites, en aliados que dan contorno a lo que quiere nacer. Cuando el ego se aparta y dejamos de intentar "hacerlo bien", el proceso se vuelve más fluido, más sincero.
En mi trabajo artístico, a menudo me reconozco en ello: hay un momento en que todo lo que había imaginado desaparece y solo queda el diálogo con el material. El agua se esparce de una manera inesperada, la textura se impone, un color reclama espacio. Si me resisto, todo se tensa; si lo sigo, el trabajo respira. Es en este punto donde la intuición habla más fuerte: no como una voz exterior, sino como una sensación interna de coherencia, como si todo encontrara su lugar.
Improvisar también es un aprendizaje de rendición. Una práctica de humildad. Hay que aceptar no saber, permitir que la incertidumbre sea parte del camino. Y paradójicamente, es en este "no saber" donde se abre la verdadera libertad. Cuando dejamos de exigir resultados, aparece la espontaneidad, la frescura del momento, la sorpresa. Es entonces cuando la obra se vuelve viva, cuando respira por su cuenta.
La intuición y la improvisación nos invitan a mirar la creatividad no como una técnica, sino como una manera de estar en el mundo. A vivir con los sentidos despiertos, a acoger lo que llega, a no querer comprenderlo todo. Son actitudes que transforman el proceso artístico, pero también la vida cotidiana: cocinar, conversar, caminar… todo puede ser un espacio de creación si le ponemos presencia.
Esta es solo una primera aproximación a un tema que me seguirá acompañando. En las próximas entradas del blog seguiré explorando otros aspectos y cómo se relacionan con este flujo creativo que Nachmanovitch describe con tanta lucidez.
