On the Dilemma as a Source of Creativity

Del dilema como fuente de creatividad

Vivimos rodeados de problemas. Los detectamos, los clasificamos, los resolvemos.
Los problemas nos hacen sentir útiles, eficientes, seguros dentro de un sistema que premia la claridad.
Pero la vida, el arte y el pensamiento no son tan limpios.
A menudo, lo que realmente nos transforma no es un problema, sino un dilema.

El problema tiene respuesta; el dilema, no.
El problema pide una solución; el dilema pide una mirada.
En el dilema no hay caminos claros, sino tensiones que conviven: la luz y la sombra, lo que deseo y lo que temo, lo que conozco y lo que aún no tiene nombre.

La creatividad se alimenta de ese espacio incómodo.
Es ahí, en el punto donde dos verdades se excluyen y a la vez se atraen, donde aparece la necesidad de crear.
Crear no para resolver, sino para comprender;
no para elegir, sino para sostener;
no para cerrar, sino para abrir.

El dilema nos obliga a escuchar, a respirar dentro de la contradicción, a buscar nuevos lenguajes para decir lo que aún no sabemos decir.
Quizás el arte nazca precisamente de eso: de aprender a convivir con lo que no se resuelve.
Con la intuición de que hay una forma, un color o un silencio capaz de abrazar lo que la mente no puede ordenar.

Cuando dejamos de huir del dilema y entramos en él con curiosidad, el proceso creativo se vuelve más vivo.
Ya no se trata de encontrar la respuesta correcta, sino de hacer visible el propio misterio de preguntarse.

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