Entre todas las actitudes creativas, hay una que siempre nos devuelve al origen: el juego. No es una actitud superficial ni banal; es la manera más directa y libre de acercarse a la creación. El juego no pide permiso, no justifica nada, no pretende ser útil. Simplemente abre un espacio donde todo es posible.
Cuando nos acercamos al arte con esta actitud, dejamos atrás el miedo al resultado y las expectativas. Pintamos, dibujamos, hacemos collages o esculturas con la misma naturalidad con la que un niño construye un castillo de arena sabiendo que el mar lo borrará. El valor no está en lo que queda, sino en el momento vivido.
El juego nos enseña a arriesgar sin angustia. A probar combinaciones absurdas, colores inesperados, gestos desmesurados. Y, a veces, es justamente en este terreno de aparente desorden donde surge la sorpresa, la conexión más auténtica con la intuición.
Algunos artistas han sabido convertir esta actitud en el núcleo de su obra. Paul Klee veía en el dibujo una forma de juego serio, capaz de revelar mundos secretos, y decía que un niño dibuja como respira. Alexander Calder, con sus móviles, llevó el juego hasta el espacio, haciendo que el aire y el movimiento fueran parte de la obra. Yoshitomo Nara juega con la frontera entre inocencia y rebeldía en sus figuras infantiles, recordándonos que el juego también puede ser irónico y subversivo. Y Chiharu Shiota, con sus instalaciones hechas de hilos, nos invita a entrar en espacios que parecen redes de recuerdos y emociones, como si fuera un juego íntimo e infinito con el vacío.
A diferencia del trabajo calculado o metódico, el juego nos hace entrar en un estado de presencia ligera. Es una forma de meditación activa: estamos dentro del proceso, inmersos en el hacer, pero sin la presión del juicio. Solo está el gesto, la mano que se mueve, la materia que responde.
Y es en este espacio de libertad donde puede emerger la verdad. El juego no es un añadido al proceso creativo: es su corazón. Sin juego, el arte se vuelve mecánico. Con juego, respira. Quizá, al final, la actitud del juego sea una invitación a volver a mirar el mundo con ojos nuevos, como si todo empezara de cero cada vez.